I- EL AÑO QUE VIENE EN ALEMANIA

Sonó el teléfono y era Cocho.

Para entender todo hay que saber quién es Cocho. Es el jefe de escenario de Eté y Los Problems pero eso es sólo una formalidad. Lo que yo quiero decir es que Cocho es una fuerza de la naturaleza. Nuestro guía. Nuestro hermano mayor... Cocho es nuestro héroe.

 

La cosa es que me llamó esa noche, con voz de trueno y auténtica alegría:

-"Nestitor", cuchá, van a llegar unos alemanes a Montevideo que iban a tocar con La Vela pero ahora en realidad van a tocar en Buenos Aires, están tres días ahí en Uruguay, son mis amigos, ¿vos los cuidás?

 

Nunca le digo que no a Cocho, así que a la mañana siguiente, llevé mi cara de dormido al aeropuerto para recibir a Alex Mofa Gang. Cuando comenzaron a salir los pasajeros por la puerta de arribos fue evidente cuáles eran los míos: los únicos que no bajaron del avión con aspecto de mochileros europeos, ni bermudas caqui, ni cara de uruguayo cogoteando ansioso por ver a sus parientes. Estos eran siete tipos vestidos de negro con cara de cansados y cierta alegría. Se parecían mucho a mis amigos, y de hecho, luego lo fueron.

 

El plan inicial era que los acompañara esos tres días hasta que partieran rumbo a Argentina, para tocar en La Plata y en Capital acompañando a La Vela Puerca. Así que paseamos, les mostré los lugares turísticos y los lugares reales de Montevideo, comimos rico, bebimos a gusto y nos contamos muchas cosas. Para cuando tuvieron que partir, ya me habían hecho parte de su manada y por ninguna razón iba a dejarlos solos en Buenos Aires.

 

Al final de la gira volvimos a Montevideo, desde donde partía el avión que los llevaba de regreso. Última noche en el bar, brindis, abrazos, que gracias, que nada que agradecer, que esto es lo que hacen los amigos, que nos vemos el año que viene... el año que viene en Alemania.

 

II- THE GERMANS

La primera vez que Alex Mofa Gang visitó Sudamérica, eran siete. Sascha es el líder de la manada, un alemán del Este, lo que es mucho decir. Sus compañeros occidentales tienen un tono rozagante, el brillo rojizo que da el Estado de bienestar, los niños que desayunan cereales y jugo todas la mañanas se vuelven alemanes fuertes y sanos; del otro lado las cosas no eran tan fáciles. Sascha entendió, desde pequeño, que el mundo es un lugar oscuro. El Muro de Berlín cayó cuando Sascha empezaba su adolescencia pero su sombra se sigue proyectando en la mirada de mi hermano alemán.

 

Roscher es el bajista y el hermano menor de Sascha. Un sujeto amable, tranquilo y con un aire misterioso, quizás porque es, de todos, el que habla menos inglés; quizás porque era más chico y le quedó un muro adentro. Sólo come carne y papas. Eso nos complicó algunas comidas, nada que no se pueda resolver, pero por algún motivo no todos los carritos de Montevideo entienden qué quiere decir "solamente la hamburguesa y el pan".

Michi es un baterista que toca con precisión germana: sobre su pulso podría construirse un sistema horario nuevo y nadie jamás estaría perdido. Es difícil pensar que un sujeto tan flaco y tan cariñoso pude tocar la batería con la fuerza con la que toca Michi, pero, se sabe, todos los caminos están empedrados de prejuicios erróneos.

 

Tommy es el más chico. Pocas veces vi un guitarrista con la exactitud y la fuerza de Tommy. En realidad, pocas veces vi una banda con la exactitud y la fuerza de Alex Mofa Gang. El asunto es que Tommy es una bestia rubia, el azote de los mares del norte. En un mundo justo nadie podría tocar como Tommy y al mismo tiempo ser tan atractivo, pero el mundo no es un lugar justo y Tommy, por otra parte, se merece todo lo que tiene, incluyendo esa Deusenberg negra, una guitarra que parece un cadillac con cuerdas, y que despierta tantos suspiros como su dueño.

 

Matze es un tipo fácil, graciocísimo, con una voz grave que es como un abrazo y una sonrisa absoluta. En Alex Mofa Gang toca la guitarra y el teclado, pero podría tocar cualquier instrumento que un humano pueda crear y además canta. Todos ellos cantan. He sido testigo de cómo una decena de técnicos argentinos y uruguayos quedaron congelados como niños cuando Alex Mofa Gang, al costado del escenario y con veintidosmil personas esperando a La Vela Puerca, cerró el círculo y entonó, con un hermoso arreglo de cinco voces, la tontísima canción alemana Bodo mit dem Bagger, de Mike Krüger.

 

Matze fue el primero que me hizo reír y darme cuenta que lo íbamos a pasar bien. Cuando llegaron al aeropuerto, después de hacer el conteo de los bultos que llevaban (siempre hay que contar los bultos, SIEMPRE), festejaron haber llegado con vida y que todo el equipaje estuviera a salvo de una forma tan simple como alemana: alguien cuenta hasta tres sin previo aviso y en voz alta: eine, swei, drei, y todos, con una exactitud a la que no me acostumbro ni siquiera después de haberlo hecho con ellos infinidad de veces, dan un aplauso, una palma exacta, fuertísima, que deja el aire temblando.

 

Cuando ejecutaron su ritual en el aeropuerto de Carrasco, todos los presentes se dieron vuelta a mirarnos, sorprendidos y algo asustados. Matze sonrió, levantó los hombros y las manos con las palmas hacia arriba, negando con la cabeza, mientras que, con su voz grave y su acento extraño, se disculpó con un simple: 

-The Germans...

¿Qué podía salir mal?

El equipo se completó, esa primera vez, con Vicktor (The Russian, parece que no hay que darle vodka), un fotógrafo que es un gran amigo de la banda y además hace unas fotos hermosas, y Ole, un sonidista como nunca escuché, con el que nos llevó unos días entendernos (es frío al principio) pero con el que terminamos abrazados en la puerta de un hotel en buenos aires (-Sleep tight, Ernesto, you´re great guy). 

Ni Ole, ni Viktor estaban la segunda vez que nos vimos en Argentina, en noviembre de este año, los extrañé, pero nos mantenemos contacto a través un de grupo de whatsapp desde la primera visita, ese grupo creado por Sascha se llama "Vamos Arribaaaaa!!!", un espacio donde las cosas se dicen en inglés, en castellano y en alemán, además del universal idioma de los emojis y que dejamos vivo para no perder el contacto, porque de verdad nos hicimos amigos. Lo que no sabía, era que a través de ese grupo, un año después de creado, nos llegaría el llamado de la aventura, no solo vamos arriba, vamos a alemania... ya nos vamos.

 

III- ¿AHORA QUÉ HACEMOS?

El 30 de julio de 2016, a las 11:08,  Sascha me escribió:

"Hola Hermano,

this is our german tour next jan/feb

We would like Eté y los Problems to come over and play this tour with us!!!"

 

La propuesta era simple: nosotros nos encargábamos de llegar a Alemania y ellos se encargaban de todo lo demás. Sonaba fácil, pero nada es fácil en este camino. Había que conseguir el dinero para viajar. Como fuera, lo íbamos a resolver; pero teníamos que resolverlo.

Cuando llegué al ensayo, empecé a contarle todo al resto de la banda: trece conciertos, invierno alemán, gira europea. Por algunos minutos todo fue alegría, la cara de Andrés valía un millón de euros, Marto hablaba de lo lindo que es allá, hasta que empecé a pasar las fechas y vi una sombra en la cara de Santiago. No sé si lo demás lo notaron, nunca lo hablamos, yo la vi, entendí todo y no dije nada. Volvimos a los instrumentos, a preparar los conciertos de Argentina y Uruguay que nos esperaban.

Un par de semanas antes, Santi nos había contado, con una clase de felicidad que nunca le había visto (y hace once años que estamos juntos), que Laura, nuestra hermana y su amor, estaba embarazada. Todos nos pusimos muy muy contentos con la noticia, el primer embarazo de esta manada es algo sagrado, Luisa Peralta Gutman será la hermana mayor de los que vengan atrás, la niña mimada este grupo de humanos.

Al otro día lo llamé a Santi, teníamos que hablar. Yo había entendido la sombra en su mirada: la niña en camino ponía en riesgo su presencia en la gira. Eté y Los Problems existe desde hace más de diez años, y todas y cada una de las veces que tocamos, Santi, Andrés y yo fuimos de la partida. Hemos compartido esta banda con más gente, pero nosotros tres nunca faltamos. Sin alguno de los tres, el asunto parece imposible. Somos un hábito. La sola idea de que Peralta no estuviera en la gira nos aterró.

Siguieron algunas semanas de charlas, de ver si podíamos acomodar las fechas, de tratar de inventar algo para no romper el triángulo. Finalmente, una tarde porteña, tirados en un hostel luego de probar sonido en el Salón Pueyrredón, Peralta (que además es mi compañero de habitación en los viajes) me dijo sin mirarme que no iba a poder venir. 

Nos quedamos en silencio, mirando al vacío. No había nada que decir: ambos sabíamos que aquello era lo correcto, que de hecho era la única opción, pero el golpe dejó un silencio que no podíamos atravesar. Yo estaba enojado, triste, y un poco perdido. ¿Qué mierda íbamos a hacer sin Santi? ¿Cuándo le decíamos al resto?, no hubo tiempo para respuestas, llegaron a buscarnos, nos fuimos a tocar.

Esa noche, luego del show, en el segundo camarín del Salón, una cocina donde se cuecen habas, mamados y contentos por haber hecho un gran show, nos abrazamos emocionados, nos dijimos las cosas que necesitábamos y aplastamos el silencio con la fuerza de dos camaradas que han caminado un camino largo juntos, unidos por un lazo que es fuerte y aguanta.

Luisa, te estamos esperando.

 

 

IV- NUESTRA CLASE FAVORITA DE PROBLEMAS

Durante el mes siguiente todo se complicó. El presupuesto de la gira, a pesar de la ayuda de los alemanes, era caro para nuestras posibilidades y no teníamos mucho tiempo para resolverlo. Además, ningún guitarrista parecía dar la talla de Peralta. Manejamos decenas de posibilidades para financiar el viaje: desde hacer una serie de shows para recaudar hasta poner un puesto de choripanes, pero los shows no iban a alcanzar para pagar todos los gastos y con el chori no se jode.

Finalmente decidimos que lo mejor era presentarnos, por primera vez, en Ibermúsicas, un programa de desarrollo para músicos de Iberoamérica que podía aportar fondos a esta causa. Con asombro, descubrimos que el grupo de gente que trabaja en ese proyecto en Uruguay se maneja muy profesionalmente y es perfectamente amable para explicar, ayudar e incluso alentar a quienes quieran presentarse. No es difícil y es una herramienta valiosa para poder desarrollar jugadas de este tamaño.

Nosotros nos habíamos manejado siempre por fuera del circuito de los fondos públicos, siempre nos pareció que si teníamos una banda para poder hacer lo que se nos cantaba, no valía pedirle plata al Estado. Todas las cosas cosas que hicimos hasta ahora se han financiado de nuestros bolsillos, de bolsillos de amigos, del bolsillo apenas más grande del sello discográfico y de bolsillos de todos los que, por alguna razón, consideraron que nuestra música vale lo suficiente como para comprar una entrada o un disco.

El asunto era que aún sumando todos esos bolsillos la gira resultaba imposible. Y por otra parte rechazar la invitación no era una posibilidad, porque se trataba de todo lo que habíamos estado esperando en el último tiempo. Luego de conversarlo entre nosotros y con algunos amigos (si no la ganan ustedes se la dan a otra banda, no a una escuela, dejense de joder), nos tragamos el orgullo y presentamos el proyecto más serio que podíamos, porque eso, presentar un proyecto serio, era la única forma de no sentir que estábamos de vivos. Dos meses después nos avisaron que habíamos quedado seleccionados. Ese monto, sumado a lo que ya teníamos, alcanzaba para pagar los pasajes que nos llevarían a Europa.

Ahora solo nos faltaba un guitarrista y que la banda llegara a la gira a punto. Nuestra clase favorita de problemas.

V- IVAN, EL TERRIBLE

Entonces Peralta no venía a la gira, nunca nada nos sale fácil.

Encontrar un reemplazo parecía tarea imposible. Cuando un grupo humano pasa más de una década tocando juntos (o haciendo juntos cualquier otra cosa) se llena de mañas, de manías, de códigos secretos, de chistes internos, de mensajes telepáticos, de vicios y de costumbres.

Santi, en el escenario, es nuestro jefe táctico: ordena el juego, marca los cortes, levanta la cabeza y cuando todo está andando se suelta y hace el gol. Y debajo del escenario es mi primer encuentro con la realidad cada vez que termino una canción, es quien me ayuda a convertir ideas en canciones de carne y hueso. No íbamos a poder tener todo eso en una sola persona. Eso estaba claro.

Durante algunas semanas la pasamos mal, pensando hasta marearnos en quién mierda podía sustituir a Santi. Básicamente repasamos todas las personas que conocemos que alguna vez tocaron una guitarra. En un momento nos pareció que teníamos un nombre, pero ese hombre no podía. El malhumor nos invadió al punto de que llegamos a plantearnos no hacer la gira. Esa idea sólo duró unos segundos, pero fueron unos segundos larguísimos

Eventualmente, luego de algunas semanas en los que el tema me tuvo intratable, llegamos a armar una lista de tres nombres posibles, uno propuesto por Andrés, y los otros dos por mí. La idea inicial era probar a los tres y después elegir. 

Pero el tiempo corría y un día tuve una revelación: Uno de ellos había suplantado a Marto en el bajo algunos meses atrás, así que conocía el repertorio. Eso nos ahorraba la primera parte del trabajo: que la forma de la canción esté guardada en las manos de quien va a tocarla.

Nuestras canciones tienen una sencillez un poco mentirosa, usan acordes harto habituales, pero alteran siempre el orden, o tienen distintas cantidad de vueltas por parte, o un corte inesperado; son canciones convencionales pero pobladas de trampas, de giros engañosos y de caprichos. Toda esa información se guarda más en el cuerpo que en la memoria, algunos le dicen memoria física o memoria de digitación. Yo digo que las canciones se guardan en las manos.

Había, empero, un detalle: el elegido no es guitarrista. Sí, en esta banda nos gustan los problemas. Y no dejamos que nos acobarden.

Así que estaba decidido: Ivan Krisman iba a colgarse una guitarra por primera vez y salir a jugar en el puesto más difícil de esta banda.

A Iván lo conocemos desde hace mucho. Ha formado parte de muchos proyectos de la escena local (aunque nunca como guitarrista). Por ejemplo: durante diez años fue el bajista de la Hermana Menor, mi banda favorita de esta parte del mundo. A mediados de 2015, cuando lo vi por primera vez al mando de Ivan & Los Terribles, su proyecto personal, me pareció que había un camino muy interesante por el que Iván caminaba con claridad.

Un tiempo después, la soñada noche en la que John Cale tocó en Montevideo, me lo crucé entre el público ni bien terminó el show y lleno de asombro por el concierto que habíamos visto le dije:

- Man, hay que repensar todo... todo.

- Vos tendrás que repensar todo, yo hace diez años que no miro en otra dirección.

- Ah, entonces me vas a tener que explicar lo que acabo de ver.

A la semana siguiente, Iván estaba en mi casa con varios discos de Cale a cuestas y con asombrosa claridad me explicó muchas cosas. Desde ese momento en adelante, sus visitas se hicieron frecuentes, compartimos música, y tímidamente comencé a mostrarle el material nuevo sobre el que estaba trabajando. Iván siempre tuvo una idea enriquecedora, una visión muy distinta a la mía que me ayuda a abrir el juego y me puebla de preguntas.

Lo dicho: nadie puede ocupar el lugar de Santi. Andrés, Marto y yo tendremos que ser mejores músicos en esta gira, sostener la canciones sobre nuestros hombros, dejar de lado nuestros vicios, escucharnos más y cambiar la comodidad de la costumbre por la emoción de la incertidumbre. En ese camino estamos, con sorpresas y sobre todo con el valor de este equipo y de sus canciones, que están por encima de nuestros caprichos.

Bienvenido Iván, que la antorcha te ilumine.

VI- BIENVENIDO A EUROPA

El sábado 21/1/17 nos levantamos temprano para ir al aeropuerto. Era el primer vuelo intercontinental para Andrés y para mi (esos ómnibus con alas que van a Brasil no cuentan). Nerviosos y contentos fuimos llegando en orden de ansiedad. Naturalmente, yo fui el primero.

 

En el mostrador de embarque nos encontramos con un sujeto que conocía nuestra música y que nos hizo todo muy fácil: entregamos los pasaportes, nos pesaron el equipaje sin demasiado rigor y nos hicieron pasar por una puerta lateral para entrar al avión primeros y así poder acomodar nuestros incómodos bultos. 15 bultos. Siempre los contamos.

 

Volar sobre Sudamérica y luego sobre Europa es revelador. Pasamos del verde plácido de la pradera oriental al verde frondoso de Brasil pegados a la ventanilla, mirando todo y pensando en nada.

 

Cuatro horas después vimos caer el sol al borde del continente, cenamos y la oscuridad llenó las ventanas. Ya no quedaba nada que mirar pero yo no podía dormir.

 

Cruzamos el océano en un vuelo turbulento y alcanzamos la costa española poco antes del alba. Las islas, Gibraltar, la entrada al continente, las luces desde el cielo: todo parecía un sueño para los cinco. Pero la calma duró poco, ya que el inminente aterrizaje me ponía frente a frente contra una de mis peores pesadillas.

 

Desde pequeño le tengo un miedo pavoroso a ser encarcelado siendo inocente. Mis padres fueron presos políticos y no hace falta ser Freud para unir esos dos datos, pero la presentación de "T y T", un viejo programa de televisión protagonizado por Mr T, que comenzaba diciendo algo así cómo "Él era un chico inteligente peleando en las calles, hasta que fue acusado por un crimen que no cometió" tiene mucho más que ver con mi miedo. 

 

Acercarme al mostrador en el que esperaba un guardia civil español disparó todas mis fantasías. En mi mente, un movimiento en falso podía dejarme en Guantámo, tratando de explicar a mis captores que los pedales de guitarra no son bombas y que Mr T también era inocente. 

 

Bien aconsejados, cada uno de nosotros llevaba una carpeta personal que incluía las cartas de invitación de Alemania y España, las resoluciones oficiales de Ibermúsicas y del MEC, el itinerario detallado de la gira y una biografía de nuestra banda con una foto que nos sacó nuestro amigo Ryan y que siempre usamos.

 

Fui el primero en pasar, porque algunos de los documentos tenían mi nombre, así que crucé la línea amarilla, intentando aparentar la calma de un líder natural, y le sonreí al guardia civil. Le entregué mi pasaporte virgen y, ganado por la ansiedad, antes de que preguntara nada, lo atraganté con la carpeta. Él la revisó con esa calma soberbia de los milicos, y empezó a dejar caer preguntas, sin mirarme y haciendo de cuenta que no estaba buscando una trivial excusa para echarme a un calabozo. 

 

Yo tenía una respuesta clara para cada una de sus preguntas y todo estuvo en orden hasta que llegamos a la última página, miró la foto, miró a mis compañeros por sobre mi hombro y me dijo:

 

-¿Quién es el de pelo largo que no está en la foto?

 

Listo: mameluco anaranjado, cadena perpetua, horror y castigo. Había pensado en todo, pero nunca pensé que fueran a usar esa foto en mi contra. Transformé el miedo en arrogancia y usé la voz más grave que tenía para explicarle por qué Peralta no pudo venir. Incluso pensé en mostrarle el capítulo de estos diarios que lo explica como evidencia. Por suerte no fue necesario. El milico me miró a los ojos por primera vez, puso el bendito sello y devolviéndome el pasaporte me soltó: -Bienvenido a Europa, Ernesto. Mucha suerte.

 

Mis compañeros fueron pasando después de mi sin que les preguntaran nada mientras yo esperaba a una distancia prudente, y cuando llegó Iván, haciéndose el simpático, el guardia lo recibió con un: "Tú debes ser el Krisman".

 

Los milicos son todos putos y nosotros estábamos en Europa.

Ya nos vamos...

VII- QUE LOS CUMPLAS BERLÍN

Tomamos el tren que corre por debajo del aeropuerto. Barajas es como una ciudad habitada por aviones en las afueras de Madrid. Caminamos por las cintas transportadoras haciendo toda clase de chistes malos, con un montón de horas de vuelo encima pero felices, en tres horas íbamos a llegar a nuestro destino final: Alemania.

Hicimos una cola breve para el pequeño avión que nos llevaría a Berlin. Sobrevolamos España, Francia y Alemania, vimos las montañas desde el cielo, cubiertas de algo que quizás nunca sepa si era nieve o nubes. En todo caso, era un paisaje suave y blanco.

Cuando empezamos a perder altitud para aterrizar en Tiegel yo era un niño prendido a la ventanilla. Esas casas, esas fábricas, esos galpones eran Berlín, luego descubriría que era una parte bastante alejada del centro, pero Berlín al fin y al cabo.

Salimos del avión y el aire nos recibió con un golpe seco, helado y perfecto. El sol se reflejaba en la nieve amontonada a un lado de la pista. Ahora puedo sostener con autoridad en las tertulias que prefiero el frío por sobre el calor. Este frío seco es el clima ideal para los gordos como yo. Que las personas flacas y en forma se queden disfrutando del viento caliente y húmedo, mientras preparan daikiris y se prueban tobilleras. A mí déjenme acá, abrigado y haciendo nubes de vapor por la boca.

Radiantes, fuimos a recoger el equipaje. Cocho cantaba una versión del "Feliz cumpleaños" que cambia la palabra "feliz" por  "Berlin". Así, ante la mirada curiosa de algunos locales, cruzamos la puerta de arribos vociferando contentos "queloscumplasberlin".

Afuera, Berlin nos recibió con un estacionamiento, algunos montoncitos de nieve aquí, unos puentes de autopista allá, unos pinos en el horizonte y cuervos por todos lados. Los cuervos podrían tener un capítulo aparte en este diario, y quizás lo tengan. Su silueta, su canto, la forma en la que vuelan y el negro absoluto que visten me han fascinado todo el viaje.

Se suponía que Tommy y Rochita nos recogían en el aeropuerto pero no estaban ahí, así que había que buscar wifi para averiguar el siguiente paso. Pero antes había que fumar, luego de quince horas de ansiedad Ivan y yo finalmente pudimos enceder los cigarrillos que habíamos comprado en el freeshop.  No llegamos a apagar las colillas que llegaron los alemanes. Puro sonrisas y abrazos.

Cargamos todo en dos autos y partimos surcando autopistas que en Alemania llaman Autobahn y son el sueño de cualquier conductor: la perfección germana hecha asfalto, líneas amarillas y señales que no podíamos leer.

Las fábricas y los galpones fueron cediendo y antes de que nos diéramos cuenta ahí estábamos, rodeados de campos blancos y bosques de un verde tan oscuro que se dice negro. Los robles, los abedules y los pinos, las colinas nevadas infinitas y el invierno se instalaron ante nosotros, mirándonos pasar.

El viaje en auto duraba unas tres horas y nosotros teníamos hambre, así que paramos en una estación de servicio. Con el tiempo, nos volveríamos expertos en estaciones de servicio. Entramos a Burger King como un comando de asalto, nos antendió una señora alemana que no sabía inglés y tuvimos que poner en práctica ese lenguaje extraño que mezcla señas, palabras en inglés, en español, en alemán y un montón de caras hasta que logramos llenar nuestras bandejas de plástico con comida de plástico que no estaba tan mal.

Terminada la colación volvimos a los autos, pero antes nos sacamos el gusto de pisar una capa de nieve en un pastito del estacionamiento. No voy a confirmar ni a desmentir que jugamos con bolas de nieve, eso no es serio y además las bolas de nieve no duelen nada y cuando se dan contra el parabrisas se desarman.

Finalmente, cuando salimos de la autopista y entramos en un camino vecinal sinuoso por el medio del bosque,el sol ya caía tiñéndolo todo de dorado. Nos quedamos en silencio dejando que todo eso entrara en nosotros. Veríamos muchas cosas lindas en este viaje, pero ese momento. ese camino, esos barrancos, esos árboles altísimos y esa luz (tal vez por ser la primera vez) están impresos en nosotros para siempre.

El bosque dio paso a una rosario de pueblitos medievales, enanos e iguales, como salidos de una lata de galletitas. Feliz navidad, pensé. El camino se volvió calles angostas y de piedra y de pronto, llegamos a Alfeld.

Seis meses de preparación, quince horas de vuelo, y tres horas de auto después, los alemanes nos esperaban en una casa gigante, con los brazos abiertos. Creo me pasé con los abrazos o quizás no.

Habíamos llegado, ahora venía lo más difícil y lo mejor.